¡Pero el lienzo es más grande!

Cuando hace unos días leí La mujer incierta de Piedad Bonnett, me encontré con esta apreciación suya de la relación entre el escritor y sus lectores:

"El lenguaje, las historias de ficción o de no ficción, las ideas que ha encontrado en los libros, tendrán siempre más fuerza para el lector que la conversación con el autor, por más que esta sea lúcida, original, vibrante. El autor ha dejado de ser la entelequia que hasta entonces era. Ahora es un humano ubicado en un tiempo y un espacio, un amigo potencial, un ser con fragilidades y una historia como la de todos. El fan solo puede seguir siendo fan cuando su acercamiento es fugaz, para la selfie, para la firma, para el abrazo, para la confesión emocional, antes de darse la vuelta que le permitirá conservar intacta la construcción mental que ya traía"(230).

 Así quizás me sentí en los años 90 cuando iba a la universidad a estudiar literatura y Piedad ejercía como mi profesora de poesía colombiana. Yo sabía que era famosa y que era un privilegio tenerla de maestra pero, quizás porque en ese entonces no la había leído, en el salón de clase no me parecía un ser extraordinario.

 Treinta años después estoy metida en un taller virtual con Pilar Quintana, otra famosa, de la que he leído toda su obra y con quien en la pasada Feria Internacional del Libro tuve un breve encuentro de esos que describe la cita anterior cuando hice una larga fila para obtener su autógrafo. 

 El taller es de tres sesiones de las cuales ya hemos hecho dos, y no solamente he aprendido un montón sobre cómo estructurar mi siguiente libro, sino que con cada encuentro Pilar me tiene más enamorada: Es una experta cercana, coloquial, ilustrada hasta que ya pero que no se las da, clara, curiosa, atenta, emotiva, inspiradora. Me hace sentir que lo que tengo por escribir vale la pena y que al tiempo tengo mucho por aprender, de modo que salgo de cada clase sabiendo que no sé nada y emocionada por comprender cada vez más. 

 Lo interesante es que con frecuencia mis compañeros de clase le hacen preguntas sobre cómo estructuró ella algunos de sus libros, casi que a veces quieren citarla con número de página para hacerle preguntas, cosa que ella siempre tranca, porque lo que le interesa no es hablar de su obra sino de las nuestras y cada vez que en clase le digo algo sobre qué y cómo estoy pensando escribir, ella acoge mi idea y la lleva a unos niveles que mi corta experiencia como autora no logra captar ni en la imaginación. Es como si dijera: "¡Sí, pero el lienzo es más grande!"

 No sé si esa manera de contenerme tenga que ver con el hecho de ser mujer, pues recuerdo también una entrevista reciente con Isabel Allende en el podcast Estirando el chicle, en la que la autora dice que cuando le presentó La casa de los espíritus a Carmen Balcells en Barcelona, después de haber sido rechazada en todas las casas editoriales de Latinoamérica, Balcells le dijo a Allende:

 "Por ser mujer, vas a tener que hacer el doble de esfuerzo que cualquier hombre para  tener la mitad de reconocimiento"(7´48´´). 

 Y como ya en las entrañas las mujeres sabemos eso desde el Génesis, entonces nos encuadramos en las esquinas del mundo, autoconteniéndonos como si no tuviéramos derecho a habitar todo el espacio y todo el tiempo, todos los géneros literarios, el número de páginas que nos de la gana escribir, el día y la noche, este mundo terrenal y el mas allá.


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