40 veces al alto
Recuerdo mirar pasar grupos de ciclistas en combo y desear pertenecer a uno de ellos. Los miraba con admiración y pensaba que nunca iba a poder darles la talla, porque además tenían bicicletas diferentes, más sofisticadas, y unos trajes rarísimos, pegados al cuerpo que en Bogotá no le había visto llevar a nadie.
Cada vez que pasábamos cerca de un grupo de esos, Chivi me animaba a acercarme a hablarles, a preguntar cómo hacía uno para pertenecer a ellos, pero a mí siempre me dio vergüenza. No fue sino hasta que una Navidad nos enteramos de que había una rodada nocturna para familias en la que había que engallar la bicicleta e ir disfrazado, que conocimos a la gente que monta bici en Paipa.
El siguiente sábado después de ese evento llegué a la esquina designada como punto de encuentro con mi bicicleta citadina y un manojo de nervios. La persona que me invitó me conectó con otros ciclistas porque ella se iba con otro combo para el Kilómetro ocho vía a Charalá y pensó que ir al "mirador" era más adecuado para mí.
Yo quedé convencida que el "mirador" era la cima de la subida a Pantano de Vargas, desde la cual se ve la Vereda El Salitre con su bonito paisaje. Me eché la bendición y pensé: "¡Si llego hasta la cima de la subida a Pantano, soy una dura! Llegué, pero ahí no acababa la rodada.
Cuando mis compañeros pasaron derecho por lo que yo pensaba era la meta yo creí que entonces de pronto el "mirador" era Pantano de Vargas, pues cuando uno sube al monumento tiene una linda vista de todo el territorio. Me dije: "Si llego hasta Pantano de Vargas soy una dura!" Llegué, pero allí tampoco acababa la rodada.
"¡Echen agüita que vamos parriba!", dijo un viejito que perfectamente me hubiera podido dejar regada, pero que tomó como su acto personal de beneficencia el acompañarme. Me monté en mi turismera y pedí a Dios que se apiadara de mí, pues a esas alturas no había manera de retractarse. Comencé a ver estrellas, a sentir nauseas, a temblar desenfrenadamente y a mirar a ver cómo al tiempo contestaba las preguntas de mis curiosos compañeros que me armaban conversación como una estrategia para quitar mi atención del camino.
No sé cómo hice, pero finalmente llegué al "mirador", a 8 kilómetros de ascenso desde Pantano de Vargas y 2917 ms.n.m. cuyo nombre oficial es el Alto de Curíes, en el Municipio de Firavitoba. Me demoré unas 4 horas en subir. Estaba tan exhausta y al tiempo tan feliz que pedí que alguien me tomara una foto convencida que de otra forma nadie creería que yo en verdad había logrado llegar hasta allí. A los ocho días me presenté en el punto de encuentro con una bicicleta de montaña recién comprada. Han pasado muchas rutas, muchos kilómetros y muchos altos desde entonces y la nueva bicicleta aún sigue ahí.
Ayer subí sola al Alto de Curíes en hora y media desde Paipa. Cuando llegué, automáticamente saqué mi celular par tomarme una selfie, pero una muchacha que había ascendido al puerto desde Sogamoso se ofreció a tomarme la foto con su Apple. Mientras posaba con mi bici frente al letrero que indica que uno ha llegado a la cima, pensé que yo debo tener unas cuarenta fotos en bicicleta desde Curíes y no sé por qué cada que subo igual quiero dejar registro de que llegué hasta allí.
Es más fácil ahora, no solo porque tengo una mejor bicicleta, sino porque además ya tengo 10 años de experiencia subiendo distintos altos y sé que primero a la montaña hay que pedirle permiso y luego hay que tenerle paciencia. Con afán, no llega uno a ninguna parte.
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