A quemarropa

 


Esta semana estuve en Guayabo, comunidad del Municipio de Puerto Wilches, Santander, que ha resistido pacíficamente por años los embates del paramilitarismo, las empresas palmeras, el desalojo producto de intereses económicos y la negligencia histórica del Gobierno Colombiano ante la crisis humanitaria, para permanecer en el territorio donde tienen su arraigo. Como organización internacional de acompañamiento solidario, los Equipos y Comunidades de Acción por la Paz- ECAP acompañamos a Guayabo desde el 2013. 

En mi rol como coordinadora del programa de Colombia de esa organización, periódicamente viajo a Barrancabermeja para encontrarme con el equipo en terreno y participar de los acompañamientos que realizamos. Cada acompañamiento tiene consigo un objetivo específico: nos trasladamos para cosas como acordar con las comunidades una estrategia de incidencia, liderar talleres de fortalecimiento comunitario o apoyar a los líderes y lideresas cuando hacen una gestión ante los entes estatales. Esta vez sin embargo, la visita a Guayabo fue simplemente porque yo venía y hace rato no pasaba por ahí. 

 Pensé que de pronto estaría en la casa donde usualmente nos hospedamos y hablaría sin mayor pretensión con unos cuantos campesinos antes de devolverme con mi compañero de viaje al día siguiente. Cuál no sería mi sorpresa cuando los de la asociación fueron sacando la canoa para transportarnos río arriba a ver las parcelas y los cultivos, llevarnos luego a almorzar en la casa de una familia que nos esperaba y a cenar en otra, y en la noche convocar una asamblea de más de cincuenta personas cuyo único propósito era escucharme a mí.

 Con el salón comunal a reventar, el presidente de la asociación introdujo el evento y luego a quemarropa fue pasándome la batuta para dirigirme al público presente. No tuve tiempo ni de angustiarme por no saber qué decir. Comencé agradeciendo a las personas presentes por sacar tiempo de su noche después de sus varias actividades para responder a la convocatoria. Mientras lo hacía invocaba las diosas de la labia para que me dieran palabras sencillas, claras y coherentes para contar algo para lo que mereciera la pena estar allí. 

 Comencé explicando que yo era la acompañante de los acompañantes, la persona que se encargaba de que el equipo en terreno estuviera bien y tuviera todo lo que necesita para realizar su trabajo. Expliqué que aunque ECAP viaja a verles constantemente, yo en lo particular paso por ahí de vez en cuando porque mi labor es gestionar tras bambalinas, facilitar el trabajo de las personas que sí ven con frecuencia. Luego pasé a explicarles cómo funciona la organización, que el de Colombia es uno de varios programas que tenemos alrededor del mundo y que aunque, debido a los contextos, las estrategias de acompañamiento son distintas, en todos los programas tenemos en común nuestro compromiso por crear relaciones genuinas con las comunidades con las que trabajamos. 

 Hice una pausa, hicieron un par de preguntas y luego terminamos hablando hasta de Soli, nuestro gato de apoyo emocional en el equipo. Salí de allí agradecida por tener la oportunidad de hacer lo que hago, así mis ojos continúen mirando los horizontes de la escritura, a la cual pretendo dedicarme de lleno una vez el cuerpo no de abasto con tanto viaje.



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