Madres celestiales
Acabo de terminar de escuchar un pódcast; una entrevista a una mujer de 25 años que hace tres meses perdió a su bebé neonata, Amara, por una malformación congénita. La historia me tocó mucho, porque fue como si me estuviera escuchando a mí misma hablar de todo lo que no tuve oportunidad de decir o decidir con respecto a la muerte de mi propia hija, Viviana, quien hace 27 años también murió neonata por una situación similar.
En esa época todo lo decidieron los médicos: que la niña naciera por cesárea, que yo solo pudiera verla de pasada cuando nació porque debía ella ir derecho a cuidados intensivos y que yo sólo pudiera verla de pasada también cuando murió, porque yo aún estaba en sala de recuperación y ella ya debía estar en la morgue; que yo secara mi leche de inmediato para evitar una mastitis y que siguiera mi vida como si nada, porque para eso aún era joven y tendría oportunidad de tener muchos hijos más.
Por el contrario, después de eso nunca más tuve ganas de ser mamá y nunca he sentido que los hijos me hagan falta, o que no me haya realizado en la vida por no tenerlos. Eso no quiere decir que no me gusten los pekes. Al contrario, disfruto mucho mi tiempo con las infancias y me va muy bien interactuando con ellas. Cuando estoy con infantes, no lo hago como una manera de suplir mi maternidad frustrada, sino simplemente porque tener tiempo de calidad con la niñez me hace bien, me relaja, me descarga y me devuelve a mi centro.
Sé bien que yo soy la mamá de Viviana y no hay un solo día que no me despierte con ella en el pensamiento. Si la niña hubiera vivido mi vida sería muy distinta y, al mismo tiempo, la muerte de Viviana me dio la oportunidad de crear una vida más genuina para mí: yo soy yo plenamente en este 2025 y puedo habitar mi piel con confianza gracias en gran parte a que ella existió, a que ella murió y a que ella me hizo madre, aunque este fin de semana el tipo de maternidad que yo encarno no se celebre ni se tenga en cuenta.
La mamá de Amara, la mujer del pódcast, decidió no solo donar su banco de leche, sino seguir lactando hasta que su cuerpo se diera de cuenta de que su hija ya no está. Negándose a secar su leche con medicamentos, ahora lacta a varios neonatos que han perdido a su mamá o que tienen mamás que por alguna circunstancia no pueden lactar.
Cuando hace un mes a la mamá de Amara se le ocurrió abrir una cuenta de TikTok para contar su experiencia se volvió viral, porque su testimonio dio luz a muchas historias invisibilizadas, como la mía, de madres de neonatos que ya no existen: madres de hijos incorpóreos con duelos invisibilizados que nunca acaban, y que hoy supe nos llamamos "mamás celestiales"; madres que en días como hoy quisiéramos meternos en un hueco y quedarnos allí, lejos de los reconocimientos y los honores, por lo menos hasta que llegue la Navidad.
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