Vigilia pascual

Hoy hace ocho días acompañé a mi mamá a ver la transmisión en directo de la vigilia pascual en el Vaticano. Yo sabía que era una ceremonia de media noche y que, siendo la celebración de la resurrección de Cristo, es quizás el rito más importante del calendario litúrgico católico, equiparable solamente con la Navidad. 

 Nunca me había motivado pegarme la trasnochada para estar en el culto, pero al ser virtual por Youtube y en el Vaticano, se trasmitía en Colombia a la muy cómoda hora de las 4 pm. Lo mejor eran las pausas decididas con un solo click para ir al baño, cosa muy necesaria porque la Resurrección dura por lo menos cuatro horas desde que entra la procesión de curas a la Basílica de San Pedro hasta que "podéis ir en paz". Esto sin contar las horas previas en que la Basílica está en tinieblas simulando la soledad del cuerpo fallecido y el duelo generalizado por el deceso de un líder mundial.

 En medio de su pompa, me gustó mucho la sensación de tener una iglesia atiborrada de gente a oscuras y en silencio. En estas épocas en las que somos tan dependientes de la energía eléctrica y nos descuadernamos si tenemos un corte de luz porque ya no hay cómo cargar el celular, conectarse a internet o ver una película de Netflix, sentarse con un gran número de gente a oscuras a esperar me parece un acto revolucionario. Podemos ser humanos en comunidad de nuevo por ese lapso de tiempo aunque no hablemos entre nosotros hasta que Jesús vuelva a nacer, así sea porque un monaguillo en algún lugar del recinto tiene la tarea de subir las luces dimerizables de la iglesia.

 Irónicamente, la humanidad y sencillez del rito va también desapareciendo paulatinamente para dar lugar de nuevo a los excesos, a las letanías incomprensibles y alienantes, a la separación entre los que saben y los que no, entre los que dan y los que reciben, entre los Doctores de la iglesia y los ignorantes recién bautizados.

 Y al día siguiente muere Francisco, quién días antes parecía haberle dicho a los médicos de la clínica donde estuvo hospitalizado que hicieran lo posible para que él pudiera llegar hasta la Semana Santa, y así finalizar sus días y su mandato en plenas funciones durante la época más ocupada de su calendario. Al día siguiente Francisco estrena un rito que él mismo diseñó, para hacer el deceso de un Papa más cercano a sus feligreses. Por eso hasta ayer reposaba de nuevo, ahora inerte, en la Basílica de San Pedro para, emulando a Celia Cruz, dejar que sus millones de amigos pudieran verle, despedirle y sentir la paz del sepulcro que solo conocen los que duelan. Al día siguiente Francisco dejó la luz y prefirió amistar la oscuridad.

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