Goticas de sanación

Hace un mes mi EPS me mandó un aviso diciendo que a partir del 1 de marzo ya no operaba en Boyacá, y que si no me pasaba a otra entidad antes de esa fecha me remitirían automáticamente a una IPS en Bogotá. 

Yo muy obediente me metí a la página del Ministerio de Salud y tramité el traslado a una EPS que prestara servicios en Paipa. Al otro día me llegó un correo con el certificado de confirmación del traslado. El 3 de marzo me fui muy juiciosa a sacar cita con medicina general y no aparecía en el registro. Con la ineficiencia administrativa de este país, no se me hizo raro. Volví a los pocos días y seguía en las mismas. Traté de sacar cita por WhatsApp y lo mismo. Mi inquietud era poder acceder a los exámenes del quinquenio, a los que todas las personas mayores de 45 años tenemos derecho en Colombia.

En esos días una amiga mencionó haber ido a donde un médico homeópata acá en Paipa y hablaba maravillas del galeno. Como yo he estado tan agobiada con los signos de la menopausia y el sistema de salud convencional me está sacando el hopo, decidí pedir cita con él esta semana. 

Entré al consultorio y me recibió una asistente cordial y sonriente. De entrada me hizo querer tener dinero para siempre optar por medicina particular y decirle adiós a la ineficiencia y el maltrato del sistema de salud de este país. Luego el doctor salió por mí a la sala, cuando yo esperaba que gritara mi nombre desde el consultorio. Me sentí cuidada. El médico parecía un Yoda boyacense: Bajito, de piel morena, pelo negro y lacio, ojos negros y pequeños de mirada amorosa. Aunque tenía tapabocas, supe que sonreía porque en algún momento los ojos se entrecerraron y se le dibujaron unas leves patas de gallo desde las comisuras. 

No más con esa entrada ya me sentí curada. La cita duró una hora y yo salí de allí con un paquete lleno de medicamentos alquímicos, en su mayoría gotas, con instrucciones meticulosas de cómo y cuando tomarlas. Yo había escuchado por ahí que los tratamientos homeopáticos son difíciles de recordar porque cada medicamento tiene un horario y una indicación distinta. Yo, sin embargo, comencé feliz a tomarme los remedios de inmediato como si estuviera jugando a la cocinita.

Llevo tres días de tratamiento y solo he sentido dos oleadas de calor, cuando antes eran cientos. Se me quitó el insomnio, la ansiedad, los cambios de humor, el desgano, los dolores de cabeza, el cansancio, la piquiña en la piel. Todo. Se me quitó todo.

El millón de pesos que me acabo de gastar podría haberlo invertido en vacaciones en la playa ahora que ya es Semana Santa. En vez de eso, me voy a quedar aquí, desyerbando el jardín, destapando las canales que se obstruyen con la lluvia, organizando anaqueles olvidados de mi casa, sacando cosas, y sintiendo el alivio de un tratamiento certero que no subvenciona nadie.



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