El valor del ocio
Ando por Santa Marta en un "retiro" con mis colegas de trabajo. Como ésta es una actividad cuyos gastos están incluidos en el presupuesto del programa que coordino, históricamente la agenda se ha repletado de talleres de capacitación y espacio para conversaciones difíciles sobre dinámicas de la organización. Después de todo hay que justificar el gasto y la empresa no tendría por qué pagar vacaciones colectivas.
Y con todo y eso, acá estamos disfrutando de la playa, tomando cocteles y yo escribiendo esta entrada de blog recostada en una silla playera mirando la piscina.
Nuestra agenda, acordada conjuntamente, consiste en un ritual de bienvenida, dos presentaciones sobre experiencias personales, un ritual de despedida y de resto mar, mar y más mar.
Se pensaría que somos una partida de vagos que nos gastamos el presupuesto en paseos, pero es que nosotros trabajamos con derechos humanos y conflicto armado en esta Colombia que cada vez más va de culo pal estanco.
En ese orden de ideas, parte de nuestro trabajo también es mantener nuestra esperanza a niveles sostenibles en medio de tanta aberración y, para eso, tenemos la responsabilidad de conectarnos con el descanso y la belleza.
Por eso en estas épocas cerramos la oficina y pausamos nuestro calendario de acompañamientos para pedirle al mar que nos libere de toda la sal que acumulamos de forma vicaria al actuar en solidaridad con comunidades campesinas que resisten pacificamente las amenazas de los actores armados, la presión de los intereses económicos y la discriminación estructural.
En medio del inacabable huracán del trabajo, nos atrevemos a pausar para estar juntos y disfrutar de nuestra propia compañía sin mayor programación. El ocio, en medio de tanto afán, es nuestra revolución.
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