El ritmo de tanta euforia
Esta foto corresponde al preámbulo de la última reunión plenaria del año del Espacio de cooperación para la paz , foro de organizaciones internacionales de acompañamiento solidario y cooperación donde yo participo representando a ECAP Colombia. Esto lo digo no porque hoy vaya a hablar de derechos humanos, de paz con justicia social, crisis humanitaria o financiera, sino para que sepan qué hago con mi tiempo cuando no estoy escribiendo.
Hoy voy hablar de lo que nos pasa cuando mágicamente noviembre se vuelve diciembre y todas nuestras preocupaciones se van para la porra, o por lo menos para el sanalejo de nuestro cerebro, para sumergirnos en el ímpetu de las velitas, la pólvora, la compra desaforada de cosas que no necesitamos, las novenas navideñas que son más rumba que rezo y el nacimiento de un niño dios del cual algunos seguimos esperando una segunda venida hace más de dos mil años.
Lo que me gusta del Jesús de los cristianos, es que si lo miramos bien podemos identificarnos con él. La semana pasada cuando estaba en urgencias y le dije a la enfermera que me cogía los puntos que ésta era mi segunda lesión en la rodilla en el mismo mes, ella hizo cara de juicio y comenzó a regañarme. Yo la tranqué y le dije: "No me regañe, porque Jesús se cayó tres veces y yo solo me he caído dos, y a él nadie le hizo curación ni le cogió puntos en las rodillas". Realmente lo que quería decirle era: "No me regañe cuando lo que necesito es un abrazo", pero seguro eso la hubiera ofuscado más. En vez de enojarse, ella se imaginó haciéndole curaciones a Jesús crucificado y soltó una carcajada.
Yo todavía no sé como explicar la inmaculada concepción de María más allá de pensar que es una linda manera de proteger a una mujer de los estigmas de quedar embarazada después de una violación. Lo que si sé, es que el fruto de ese suceso fue un chinito que chupaba teta, hacía pipí y popó y mantenía a su mamá en vela toda la noche.
María era una mamá agobiada con su carga mental y la responsabilidad de todos los cuidados del infante, mientras José se vanagloriaba de haber salvado a mujer y niño casándose con la doncella siendo ya todo un cuchito. Y el niño dios seguía ahí, rozagante entre la paja, arrullado por los burros de una granja, aunque eso de la granja se lo inventó Francisco de Asís unos cuantos siglos más tarde.
No nos importa en realidad que fue lo que pasó o lo que significa, lo que importa es que ya llegó la fecha en que no hay que justificarse para hacer una fiesta generalizada que dure un mes entero, tal y como Jesús ya grande tampoco se justificó cuando su mamá lo obligó a destaparse con su primer milagro y convertir agua en vino para que siguiera la pachanga.
Mis disculpas para todo aquel que no celebra la Navidad, ya sea porque está en duelo, porque es musulmán, porque los totes decembrinos le recuerdan los sonidos de la guerra, o porque no tiene cómo aguantar el ritmo de tanta euforia.
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