Conversación, interacción y redes sociales

En estos días de festividades he estado pensando mucho en la manera en que nos comunicamos. Cuando niña, en estas épocas, comprábamos cientos de tarjetas de Navidad y hacíamos largas sesiones en familia para preparar la lista de personas a las que íbamos a enviárselas. Luego salíamos en romería por toda la ciudad entregando cada tarjeta una a una y enviando por correo las que iban para fuera del distrito capital. En esos tiempos, también recibíamos a nuestra vez tarjetas de mucha gente, y las desplegábamos sobre la repisa de la chimenea para ensalzar la decoración navideña de nuestra sala.

 En los días de novena nos reuníamos todas las personas de la cuadra y nos turnábamos casas para hacer el rezo, cenar y luego jugar al tingo tango, a las mímicas y al pictionary hasta la madrugada. En la tarde del 24 de diciembre mi mamá, quien era el as del volante de nuestra familia, nos preguntaba a quién queríamos saludar y nos llevaba en el carro de casa en casa para que pudiéramos dar un abrazo a nuestros amigos más allegados antes de arribar donde nuestros abuelos, lugar en el que pasaríamos la noche, tendríamos la cena y abriríamos los regalos. 

 Hoy día cambiamos las tarjetas navideñas por memes electrónicos que enviamos masivamente a través de whatsapp, no hacemos el más mínimo esfuerzo para fomentar encuentros cara a cara y es más, hasta los evitamos, porque para qué gastar tiempo yendo de un lado para otro cuando se puede enviar un audio, un video, o un mensaje de texto. El 24 y el 31 de diciembre son famosos por tener una fila de gente alineada en el mismo sofá mirando la pantalla de su respectivo celular, y si en algún momento hay interacción con los presentes, es para compartir un reel de Tik Tok o una historia de Instagram que a alguno le haya parecido lo suficientemente divertida o trágica como para romper el silencio de la sala.

 Esto que pasa a final de año es solo el epítome de la manera en que estamos interactuando día a día. Y es que por redes sociales uno interactúa, pero no conversa. Las redes son funcionales y convenientes, pero jamás van a remplazar lo que sucede cuando dos personas se juntan en "tiempo real", como se le dice ahora, a construir significado a través del lenguaje hablado, corporal y sonoro.

 Conversar es salir de viaje en buena compañía; sabemos cuál es el punto de partida, pero no sabemos a dónde nos va a llevar la conversa. Conversar implica escuchar, y uno no puede escuchar cuando, por ejemplo,  ambas personas están texteándose al tiempo, contestando antes de siquiera leer lo que el otro está por escribir.

 Conversar también implica una construcción colectiva de sentido. Empezamos cargados con nuestros pesos cotidianos y los vamos soltando en el proceso para terminar en un lugar desconocido y por lo general inesperado, donde nos liberamos de pesos de los que ni siquiera teníamos conciencia. Conversar también es aprender, de lo que uno escucha del otro pero sobre todo, de lo que uno mismo dice, y a veces, de lo que el universo dice a través de uno. 

  En ese contexto, los mensajes de texto y las redes sociales son como pinturas rupestres, carentes de envergadura: meros afiches anunciando lo que existe en nuestro interior y que nunca lograremos expresar por ese medio. Los emoticones con los que engalanamos nuestros mensajes no son más que sustitutos insípidos de lo que deberíamos expresar con nuestros gestos, nuestra voz y nuestros silencios.

 Podríamos pensar en rescatar las videollamadas, donde hay una combinación de imagen y sonido, lo más cercano a una conversación frente a frente. En mi experiencia, sin embargo, los inacabables problemas con el video ---que se pixeló, que se congeló, que está muy pequeño, que se apagó, etc.--- lo único que hacen es interrumpir la conversación, como si de alguna manera el video hubiera sido incorporado, como una especie de Grinch, para destruirla. 

 En esta Navidad, no gasten plata en regalos. Más bien conversen, dediquen tiempo de calidad con los amigos, aprovechen a sus padres y familiares que aún viven, abandonen el celular, el reloj y los afanes. Escuchen y acompañen.



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