Como parte de mi trabajo con ECAP Colombia, esta semana viajé al Sur del Cesar para hacer un acompañamiento a una de nuestras comunidades socias. Mi colega y yo íbamos en moto por la carretera que lleva de Barrancabermeja a Santa Marta, en un viaje que usualmente nos tomaría un par de horas. Ya estábamos en el límite entre Santander y Cesar, cuando nos encontramos con una hilera de tractomulas y camiones trancados en la carretera esperando paso. No sabíamos cual era el problema; la fila era larga y tampoco los conductores de esos primeros carros tenían información.
Como íbamos en moto, logramos adelantar la línea de carros hasta encontrarnos con un desbordamiento del Río Lebrija que había cubierto completamente la carretera. La corriente de agua era lo suficientemente profunda para impedir el paso vehículos pequeños. Solo las tractomulas estaban aventándose a pasar una a una, intercalándose con los vehículos de carga que venían en sentido contrario.
Urgidos por cumplir nuestra cita con la comunidad en el Sur del Cesar y, luego de esperar un tiempo a resolver si había forma de llegar por medio de una ruta alterna, decidimos bajarnos de la moto, pagarle a unos muchachos que nos ayudaran a empujarla por entre la corriente, ponernos nuestras botas pantaneras y aventarnos a cruzar la inundación a pie, aprovechando que las tractomulas ayudaban a bloquear la creciente. Lo logramos, pero solo para que un conductor que había cruzado en sentido contrario nos dijera que había cinco puntos de desbordamiento más antes del cruce que nos llevaba a nuestro destino.
"A lo hecho, pecho", pensamos. "Ya cruzamos una inundación. No nos vamos a devolver".
Nos volvimos a montar en la moto hasta encontrar el siguiente bloqueo de agua. Nos bajamos y arrastramos la moto mientras atravesábamos. Repetimos esta misma operación en la siguiente inundación, pero en la cuarta yo puse el pie en lo que creo era un hueco (la verdad, nunca sabré porque estábamos caminando con el agua hasta las rótulas), me tronché un tobillo, caí en las dos rodillas y termine en urgencias, con lesiones que afortunadamente no pasaron a mayores.
El médico me dio cuatro días de incapacidad. Mientras escribo estoy con el pie al aire y tomando medicamentos. Al mismo tiempo, la comunidad campesina que acompañamos reportó inundaciones a sus fincas arruinando sus cultivos, pérdida de cabezas de ganado, 600 pollos ahogados, un gran número de cerdos muertos porque esa especie no resiste las bajas temperaturas del agua, y afectaciones que posiblemente tardarán años en recuperarse.
Adicionalmente, entre más dure el agua empozada en los campos, más aumentará la crisis humanitaria, vendrán las enfermedades y el hambre, no solo de las comunidades campesinas que por lo general no le importan a nadie, sino de nosotras, las personas privilegiadas que compramos nuestros alimentos en el Fruver y para las cuales llegará el momento en que no haya nada para comprar.
Mientras tanto acabamos de despedir la COP 16 en Cali, muy pomposa y lo que sea, pero que de nuevo fracasó en llegar a acuerdos multilaterales que realmente comprometan a las naciones a trabajar conjuntamente para mitigar el cambio climático. Los Estados Unidos acaban de reelegir a un presidente que cree que el calentamiento global es puro invento, y pocos entienden que estas inundaciones en el Sur del Cesar, en la Guajira, en el Chocó, en la misma Bogotá (que se ahoga bajo el agua en las calles mientras tiene que racionar el suministro en sus casas), tiene relación directa con las inundaciones en las zonas de la costa mediterránea afectadas por la DANA.
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Desbordamiento del Río Lebrija en la frontera entre Santander y Cesar. |
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