Memorias de Adriana
Marguerite Yourcenar publicó su libro epistolar Memorias de Adriano en 1951, luego de recopilar lo que habían sido entre 1948 y 1950 publicaciones periódicas en la revista francesa Le Table Ronde. Se trataba una carta dividida en capítulos que el Emperador Adriano le escribió a su sucesor Marco Aurelio, a quién Adriano había adoptado como nieto. A través de su epístola, Adriano comparte con su sucesor consejo y sabiduría sobre sus triunfos militares, su concepto del amor, su aprecio por la amistad, su amor por la poesía, la música, el arte, los viajes y la pasión por su joven amante Antinoo, seguida por el dolor de su muerte.
Las memorias de Adriano y las mías tienen en común algo fundamental: Están escritas en primera persona. Para comenzar, a mí siempre me ha apasionado la escritura de epístolas e incluso, aún en estas épocas de comunicación electrónica, me tomo el tiempo de escribirle a mis amigas cartas de amor de mi puño y letra.
Las Memorias de Adriano también tienen en común con las mías que se tratan de una vida mediatizada por el recuerdo y que, aunque en momentos escojo separarme de la realidad en aras de facilitar la lectura, quien elije mis libros no va a encontrar en ellos más tema que el que me ha regalado la existencia.
En talleres de escritura generalmente nos dicen que debemos apartarnos de la primera persona y a veces incluso se piensa que la autobiografía está lejos de ser literatura. Luego de años de seguir al pie de la letra las normas de la escritura literaria y nunca hallarme en ellas; luego de años de incredulidad sobre mi propia escritura por tener la certeza de que lo que escribo, al ser basado en mi vida real, está lejos de ser "literatura", he arribado al momento cumbre del nomeimportismo:
Me importa un bledo si lo "literario" es escribir en tercera persona o escribir sobre cosas que nada tengan que ver con la vida de quien escribe. Me importa un bledo no ser J.K. Rowling y más bien me apasiona acercarme a Annie Ernaux, o a Débora Arango, la pintora antioqueña que en los años 40 terminó excomulgada por "ir pintando lo que iba viendo": políticos animalizados, curas tirando y monjas desnudas escapando del convento. Mejor me uno a Débora y voy escribiendo lo que voy viviendo.
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