La ciudad de los tesoros escondidos

 

Para cuando salga esta entrada ya habrá pasado el cuarto evento de lanzamiento de Y de su amor viuda, esta vez en Tunja. Esa es la ciudad donde murió Chivi. Por años desde entonces se había convertido en un martirio pasar por ahí, cosa que es inevitable si uno va hacia Bogotá, Villa de Leyva, Bucaramanga, o simplemente a comer hígado encebollado en El Guayabito, a un buen cine o a un concierto. 

En los primeros dos años de mi duelo, pisar Tunja me producía ataques de ansiedad. Era como subirme a una montaña rusa donde perdía el aliento de manera que no podía ni siquiera gritar del vértigo. Además, sin importar qué tanto quisiera impedirlo, terminaba recorriendo la esquina donde me bajaba de la flota para llegar al hospital, la calle donde queda la funeraria, la esquina de la notaría donde está su acta de defunción, la Catedral donde fue la misa, y así, siempre con recuerdos lúgubres.

Con el tiempo he olvidado mirar por donde voy, y aunque no acostumbro a ir deliberadamente a la ciudad, la vida me ha ido llevando de regreso a su encuentro. Primero fue un taller de no violencia que me invitaron a facilitar en Villa de Leyva. Yo accedí a liderarlo con la única condición de que alguien me acompañara a hacer el trasbordo del bus en Tunja para sentirme más tranquila.

Luego fueron los múltiples viajes a Bogotá que llegaron con mi ya no tan nuevo trabajo, y que me obligaban a pasar, e incluso parar, por la esquina donde otrora me bajaba para llegar al hospital una y otra y otra vez.

Después fue un concierto de Marta Gómez en el Teatro Mayor Bicentenario, justo en la Plaza de Bolívar, donde solo recordaba haber pasado detrás de un carro mortuorio y ahora hacía cola para lograr buen lugar en el auditorio.

No había más que comenzar a resignificar el lugar, sobre todo ahora que, con la publicación del libro, mi arraigo en esta tierra boyacense se siente más profundo. No sé si ya conté que cuando me fui el año pasado a hacer El Camino de Santiago Portugués buscando encontrar paisajes nuevos, todo lo que veía me parecía igual a Paipa. Fue la revelación que me dio claridad sobre aún querer seguir aquí.

Ahora que tengo carro, parece natural sumergirme en el proceso de crear recuerdos en Tunja que tengan que ver con mi vida transformada. Por eso no quedaba alternativa. Había que lanzar el libro en la capital de Boyacá y abrir el corazón a las oportunidades de crecimiento que pueda traer mi interacción con la ciudad de los tesoros escondidos.

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