Descansar de las fiestas


 Pasó la Navidad. Pasó el año nuevo. Solo falta que pasen los Reyes y yo ya estoy pidiendo parar de vacacionar.

Para empezar, las fiestas de fin de año son lo peor que le puede pasar a mis perras. No solo tienen que aguantarse la angustia de los fuegos pirotécnicos, sino que además la llegada de todos los vecinos veraniegos con sus ruidos, su fiesta y sus perros citadinos que no saben cómo comportarse en una finca, les arruina su rutina y su tranquilidad. 

 Con los años he aprendido que lo mejor que puedo hacer por ellas, así a simple vista se vea como una crueldad, es dejarlas todo el día contenidas en la perrera y solo dejarlas salir libremente en la noche, cuando ya no hay ni gallinas pastando, ni perros paseando, ni gente turisteando. Todo esto, a menos que a los vecinos les de por hacer fogata, en cuyo caso las perras salen de su encierro al aire libre a su encierro dentro de la casa, con cinco minutos monitoreados para que hagan sus necesidades antes de entrarse.

 Adicionalmente yo por lo menos me desgasto muchísimo saliendo a hacer compras en un ambiente de gentío y atafago con colas que no ve uno en ningún otro momento del año, y si en general cuando llego de mercar hay algo que se me ha olvidado comprar, el bloqueo mental que sufro cuando lo hago en estas fiestas, hace que mi cabeza solo acate recordar la mitad de la lista. Por eso hace años decidí no dar regalos de navidad para contribuir a mi paz mental obviándome la chichonera, los descuentos y la sobreoferta de cosas innecesarias.

 Ver a la familia es lindo y extenuante. 

 Estoy tan cansada que ni siquiera he pensado en propósitos para año nuevo. Acabo de pagar las primeras culebras del 2025. Ya con eso me doy por bien servida. Iré a buscar algo de comer y luego me iré a dormir. 

 Espero que el puente de Reyes pase bien rápido para que por fin los vecinos turismeros de al lado se vayan para su casa.



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